jueves, 27 de diciembre de 2012

Tribute to Susan Carr

El pasado mes de septiembre falleció la fotógrafa estadounidense Susan Carr, especializada en arquitectura (+info). La he descubierto gracias al homenaje de la revista Time a los fotógrafos fallecidos durante el año 2012 (ver). Dos de sus trabajos me han llamado la atención; acompaño los links con dos magníficas fotografías:

Intimate Landscapes Series (ver)




Personal Spaces: Details of American Homes (ver)



Se pueden encontrar mas fotografías de Susan Carr, así como de su socio Gary Cialdella (muy interesantes también sus imágenes sobre Chicago), en http://www.carrcialdella.com/.




domingo, 23 de diciembre de 2012

El libro del salón

Una vieja viñeta de Pessin en la portada de Le Monde de 18 de marzo de 2005.



lunes, 17 de diciembre de 2012

Llum sobre el Serrat de les Magdalenes

Montserrat, sempre Montserrat. No es podia desaprofitar aquest contrast de llum sobre el Serrat de les Magdalenes. I la Gorra Frígia amb la seva creu.


Un ejemplo gráfico del Informe PISA

Hablando de fracaso escolar, un buen ejemplo de lo que indican los diferentes informes PISA en nuestro país:


domingo, 16 de diciembre de 2012

Que no se diga que perdemos la esperanza de cambiar este mundo

No soy dado a las felicitaciones de Navidad. Me provocan un empacho de ñoñería. Pero el año pasado, ya se me ocurrió hacer llegar a algunos íntimos una imagen de la nueva tragedia griega. Y éste, no va a ser menos.  Ahí va:


viernes, 14 de diciembre de 2012

Biblio vintage # 3


De marzo a mayo de 2000, el Museu d'Art Contemporani de Barcelona organizó la exposición del fotógrafo chileno Camilo José Vergara, "El nuevo gueto americano" (+ info). Entre las diferentes actividades que fueron organizadas, fuí invitado por Claudio Zulián y Jorge Ribalta a una mesa redonda sobre miradas urbanas. Éste fue el texto que elaboré, y que hasta ahora no había hecho público:



UN RAVAL IMAGINADO
Jordi Moreras

El Raval, por encima de otros barrios de Ciutat Vella, despierta una especial atención en el imaginario social barcelonés. Barrio popular, barrio de bohemia, barrio gris, barrio de mala fama, barrio de dudosas costumbres, barrio obrero, barrio inseguro... han sido algunos de los atributos que ha ido acumulando a lo largo de una dilatada historia, como argumento de un diálogo entrecortado que éste ha mantenido con el conjunto de la ciudad. Su centralidad espacial no es correspondida con su plena integración en la ciudad, separada de ella a través de sutiles límites indicados en las estadísticas sociales elaboradas por el Ayuntamiento de la ciudad.

Pero los números no se bastan por sí solos para fundamentar esas percepciones que acaban entrando en el difuso mundo de los imaginarios urbanos, fenómeno característico de toda ciudad. Es necesario recrear imágenes que estén siempre presentes al hacer referencia a esos contextos. Así, el mito del Barrio Chino del que parece no poderse despegar el Raval pervive hoy en día, aunque posiblemente sus clásicas imágenes hayan sido reemplazadas por otras. Ese mito sigue siendo una fuente inagotable de inspiración artística e interés socio-antropológico. Sólo hace falta recordar algunos de los montajes teatrales vigentes en la cartelera barcelonesa, algunas recientes películas así como novelas, artículos periodísticos, sin olvidar, ciertos ejercicios etnográficos (que probablemente aumentarán en número cuando se traslade al barrio la facultad de historia de la UB), así como proyectos arquitectónicos de final de carrera.

Ciertamente, los tiempos de la vieja Bodega Bohemia (desde aquí un recuerdo para el documental de Sonia Herman Dolz, Yo soy así, estrenado en Barcelona en abril de 2000) posiblemente no volverán. “El Raval ya nunca volverá a ser el mismo”, se suele decir. Pero tras algunas de estas propuestas, sigue fluyendo aún un discurso que, fundamentado en torno a un concepto de pérdida de "la autenticidad” del barrio, formula una difusa reivindicación de la misma sin saber muy bien a qué nos estamos refiriendo.

El antes y el después se convierten en el Raval, tal como diría el sociólogo colombiano Armando Silva, en categorías narrativas fundamentales para trazar la historia reciente del barrio, sin duda acelerada a partir de la reforma urbana interior. Ante el escenario -semiderruido, a veces- que ésta define, se siguen cruzando aquellas propuestas de recuperación de esa "auténtica identidad" del barrio, frente a las que, al contrario, pretenden formular una nueva definición de la misma en clave urbanística y social. En un sentido o en otro, y ante una polémica que sigue estando abierta, y en la que desde aquí no voy a participar, cabría preguntarse hasta qué punto ese principio de "lo auténtico" de este barrio es asumido o no por parte de sus habitantes, con los cuales sin duda habría que debatir, y no acabar de nuevo recreando imaginarias percepciones externas. Saber cómo se vive esta transformación tan intensiva del barrio por parte de sus residentes, sigue siendo aún una cuestión social pendiente de analizar, ahora que esta reforma interior se encuentra en su recta final.


Las metáforas de la ciudad. Hemos ido construyendo un lenguaje metafórico en torno a la ciudad, para intentar comprender mejor las diferentes dinámicas sociales que se dan en ella. Hemos hablado de mosaico, para referirnos a aquel conjunto de "pequeños mundos que se rozan pero que no se compenetran" (Louis Wirth), o de ciudades invisibles que como entidades "diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí" (Italo Calvino). Con ambos conceptos queremos hacer referencia directa a la heterogeneidad como factor fundamental y distintivo de la ciudad. Hemos recurrido también a los términos de centralidad y periferia, para simular las relaciones de poder que se generan a través del espacio urbano, y que se proyectan en una definición oficial del uso social del mismo.

Pero la atenta observación de esas dinámicas sociales que transcurren en el escenario urbano, nos demuestra que es necesario revisar y repensar constantemente el uso y la definición de esas metáforas. Esa heterogeneidad no necesariamente es indicador de la incomunicación en la ciudad, que puede deberse precisamente a su incapacidad manifiesta por reconocer ese factor constitutivo de su identidad. Por otro lado, entre el centro y la periferia se establece una continua tensión y debate, apareciendo nuevas centralidades, y en la que la centralidad oficial es respondida por los propios habitantes de la ciudad. Se produce, en definitiva, lo que algunos autores han denominado resignificación del espacio urbano, a través de la cual se generan nuevas definiciones y usos ciudadanos de los espacios de la ciudad.

En el Raval y en Ciutat Vella, esta resignificación se ha formulado en más de una ocasión en términos de "recuperación" de ese espacio para el uso y disfrute de la ciudadanía. Sin dejarnos arrastrar por una primera respuesta emocional (¿es que acaso aquellos que viven en estos barrios no forman parte de esa ciudadanía?), con el uso de este concepto se está reconociendo la distancia existente entre estos barrios y el resto de la ciudad. Un previo reconocimiento que es necesario para superar las fronteras imaginarias y las dinámicas de exclusión-inclusión que ha proyectado la ciudad sobre estos barrios centrales, pero al mismo tiempo, social que no geográficamente, periféricos.

En la actualidad en el barrio encontramos dos procesos de resignificación urbana coincidentes: por un lado, la reforma interior urbana; y por otra, la aparición de espacios comerciales, asociativos y religiosos como indicador del proceso de asentamiento de los colectivos de origen inmigrante. El primero aparece como propuesta oficial de redefinición del espacio urbano, de creación de nuevas centralidades y de nuevos usos del espacio. El segundo, desarrollándose paralelamente, formula también una transformación de la fisonomía del barrio, que a nuestros ojos se evidencia en un mayor o menor grado. Pero no siempre reconocemos que detrás de la aparición de estos espacios relacionados con los colectivos inmigrantes, se desarrolla un proceso de marcaje y redefinición de ese mismo espacio urbano, de cara a reconocerlo y hacerlo propio.

De la superposición de diversos croquis urbanos (en el sentido dado por Silva, de esbozos de trayectos que interpretan el mapa oficial), surgen interesantes reflexiones para entender las dinámicas sociales en la ciudad. Tan sólo querríamos formular dos interrogantes que vinculan ambos procesos de resignificación: ¿hasta qué punto la reforma (y sus promotores) contemplan en el diseño de este nuevo espacio urbano, la presencia de estos espacios propios de los colectivos inmigrantes? ¿qué percepción desarrollan los diferentes colectivos inmigrantes respecto a esta reforma interior, como residentes del distrito?.


Un nuevo factor en juego. Dentro de esta turbulencia de imaginaciones y significados que se actualizan constantemente en el Raval, el factor inmigrante adquiere un inesperado protagonismo. ¿Se convierte en un factor de inestabilidad o de transformación para el barrio? La respuesta a este interrogante, para el cual no nos sirven las formulaciones marcadamente ideológicas (xenofobia vs. interculturalidad), habrá que ir construyéndola paso a paso de cara al futuro. Pero de momento, esta cuestión nos situa en el camino de nuevas reflexiones.

La primera de ellas pasa por el reconocimiento de la propia diversidad. Lo cierto es que toda sociedad muestra una particular tendencia a presentarse a sí misma y ante las demás como realidad homogénea y compacta. La heterogeneidad es vista como sinónimo de fragmentación y como factor que puede amenazar la cohesión interna, de ahí que el principal cometido de sus instituciones de socialización y reproducción sea el mantenimiento de una deseada uniformidad social. Que en la actualidad nuestras sociedades se estén transformado en realidades multiculturales, se entiende más como resultado de una heterogeneidad importada –y no siempre deseada-, que no como consecuencia de un proceso interno. Tal formulación se deriva fundamentalmente de la manera en que nuestra sociedad define su propia alteridad social y la identifica con la llamada “inmigración no comunitaria”.

El reconocimiento previo de una diversidad propia y no adquirida es posiblemente el primer paso para comprender las manifestaciones de esta alteridad en unos contextos próximos como son los barrios de nuestras ciudades. La manera en que las nuevas poblaciones que llegan a la ciudad redefinen y hacen suyo este espacio urbano es resultado de un proceso cotidiano de negociación entre sus iniciativas individuales o colectivas de inserción espacial y las dinámicas presentes en el mismo. Que lo urbano, por definición, sea un espacio cambiante y heterogéneo, no quiere decir que esté exento de tensiones y resistencias que se expresan ante determinadas presencias. No nos encontramos ante un molde vacío, sino ante una masa plástica que es modelada al mismo tiempo con diferentes manos.

Cuando esta "inmigración" supera los márgenes de la definición dada por la sociedad receptora, basados en su carácter de provisionalidad e invisibilidad social, y desarrolla nuevas formas de participación en el espacio público, es cuando nuestra percepción inicia una progresiva deriva hacia la problematización social de esta presencia. Los individuos inmigrantes, como el resto de residentes en la ciudad, entablan un diálogo con la misma en torno a los usos y definiciones de los espacios que la componen. Si bien su inexperiencia ante los códigos y sentidos que rigen en ella les delata ante el resto de la ciudadanía, poco a poco adquieren una mayor competencia, lo que permite el desarrollo de procesos de redefinición y apropiación simbólica del espacio urbano. Los nuevos espacios comerciales, asociativos y religiosos vinculados con estos colectivos, se convierten en guias de referencia y de lectura de este espacio urbano, sobre el que se definen nuevos usos y centralidades, que se añaden a los que ya habían sido definidos por los autóctonos.

La visibilidad que se deriva de esta presencia provoca diferentes reacciones por parte de los autóctonos. El recurso a un principio de territorialidad, especialmente si esta residencia se acompaña con la creación de espacios comerciales, expresa el temor a ser literalmente invadidos por los nuevos residentes. Por otro lado, también se reacciona acusando a los nuevos vecinos de degradar social y urbanísticamente los barrios en donde se instalan, o se les culpabiliza de la creación de guetos, más como expresión de su propia actitud de repliegue comunitario y contrario a la integración, que no como consecuencia de una serie de procesos de segregación social. Los espacios urbanos muestran en más de una ocasión un carácter reactivo a estas nuevas presencias, ya que se considera que éstas vienen a "perturbar" las lógicas que se reproducen en el espacio público de las sociedades europeas.


Un barrio inmigrante. Nuestra sociedad elabora de una manera acumulativa y sobredimensionada, una determinada construcción de la presencia inmigrante. Al identificar unas determinadas imágenes, como las de “ilegal” o “sin papeles”, con una determinada presencia, y al contemplar las "consecuencias" y "problemáticas " de la misma, se condiciona la percepción que se tiene de ésta en un determinado barrio, ya sea por parte de sus propios habitantes o por otros. En este sentido, esta presencia imaginada se acaba ubicando en aquellas partes de la ciudad sobre las que la opinión pública ya ha ido acumulando anteriormente otros atributos socialmente negativos.

Por ejemplo, si analizamos los datos estadísticos sobre extranjeros residentes en Barcelona entre 1986 y 1996, vemos cómo al principio de este periodo, el distrito de la ciudad que contaba con un mayor número de extranjeros era Sarrià-S. Gervasi, seguido por el Eixample y después -a distancia- por Ciutat Vella. En estos diez años, la población extranjera ha ido creciendo en Ciutat Vella hasta situarla en cabeza de este ránquing. Pero no se tiene presente que en 1996, el barrio de Barcelona con mayor número de residentes extranjeros seguía siendo el de S. Gervasi, por encima del Raval, o que el dato poblacional más significativo con respecto al distrito de Ciutat Vella no es la inmigración sino por el contrario la emigración: su saldo migratorio es claramente negativo lo que ha supuesto en el periodo 1991-96 una pérdida de 5.100 habitantes.

A pesar de los porcentajes que indican estos datos, Sarrià-S. Gervasi o el Eixample difícilmente podrían ser considerados como barrios inmigrantes, a pesar de su importante concentración espacial de extranjeros. Por su origen, en su mayoría de paises desarrollados, y por su estatus socio-profesional alto, consiguen burlar las connotaciones negativas que se atribuyen a la categoría de extranjero, que en cambio sí se aplica a aquellos que se les situa dentro de la de inmigrantes. La sutil distinción que se lleva a cabo para otorgar este calificativo a unos u otros barrios de una ciudad como Barcelona que ha sido construida a golpe de flujos migratorios, parte de un pasado no tan lejano, del que esta ciudad y su área metropolitana nos ofrecen una multiplicidad de ejemplos bien notorios.

El proceso de etiquetaje social de la figura del inmigrante acaba desplazándose también hacia el mismo espacio urbano que lo alberga, y si ésta se conceptualiza socialmente como problemática, aquellos barrios en los que éstos residen se convierten también en espacios problemáticos, que disfrutan de una difícil convivencia, además de otras atribuciones socialmente negativas.


"El Raval se está convirtiendo en un gueto inmigrante..."  Las fotos de la exposición de Camilo José Vergara sobre los guetos de Nueva York o Chicago pueden llegar a sugerir una transposición de estas imágenes a la realidad del barrio que acoge esta selección fotográfica. Pienso que deberíamos de disipar todo paralelismo, tanto iconográfico como social, a pesar de que algo encontraríamos en común en el desarrollo de percepciones sociales sobre determinadas zonas urbanas.

La metáfora del gueto, como expresión de la distancia social que separa los barrios menos favorecidos del resto de la ciudad, y como estigma que es aplicado sobre ellos, sigue siendo muy útil como respuesta a la llegada e instalación de los colectivos inmigrantes en la ciudad. Detrás suyo se formula una determinada definición de integración social, que entendida como condición sine qua non impuesta por la “mayoría tolerante y respetuosa” a los colectivos inmigrantes, no siempre acaba siendo acatada por esos sujetos.

Pero en la indefinición existente en los sentidos de la palabra integración, hay un indicador que parece claro a la hora de determinar esa mayor o menor integración. Se trata de los diferentes patrones de concentración y dispersión urbana que muestran los colectivos inmigrantes. Se piensa que la concentración es indicador de repliegue comunitario y de falta de voluntad para integrarse en nuestra sociedad, mientras que la dispersión, en cambio, es garantía de una más plena incorporación. Habría que empezar a desmontar estos supuestos, que en el fondo acostumbran a ser más ideológicos que descriptivos, ante la evolución de las cifras de que disponemos para referirnos a su asentamiento urbano.

En Ciutat Vella y en el Raval, tal como comentábamos anteriormente, reside casi una cuarta parte de los residentes extranjeros en Barcelona. Ello representa en el Raval una población de 5.000 personas, lo que supone más de la mitad de todos los extranjeros de Ciutat Vella. El colectivo nacional más importante en estos barrios es el marroquí, seguido del filipino, de los nacionales de los países de la Unión Europea, de Pakistán y de la República Dominicana. Exceptuando a los europeos,  el resto de esos nacionales se concentran principalmente en este distrito de Barcelona.

Si comparamos los años padronales entre 1986 y 1996, veremos cómo el colectivo marroquí progresivamente comienza a estar presente en otros barrios de la ciudad, lo que hace descender su porcentaje en el distrito. Frente a él, se sitúa el colectivo filipino, en que año tras año su porcentaje de concentración sigue aumentando. En la actualidad se calcula que el 65% de todos los filipinos que residen en la ciudad lo hacen en una parte concreta de este barrio.

Ambos modelos dispares nos muestran una aparente y paradójica contradicción, porque aquel colectivo que muestra un grado más fuerte de agrupamiento comunitario, es el que desde un punto de vista social muestra un nivel de aceptación mucho mayor que otros colectivos más estigmatizados socialmente. La imagen afable que nuestra sociedad construye de la comunidad filipina contrasta fuertemente con la que se aplica a otros colectivos de tradición musulmana como el marroquí o el pakistaní.

Así pues, tememos los guetos, pero sobre todo los guetos de unos y no de otros colectivos, constatación que nos ha de llevar a reflexionar sobre la manera en que nuestra sociedad construye su propia alteridad, sus propios opuestos.

En definitiva, y quizás como forma de superar las imágenes estereotipadas que nos acaban superando, quizás habría que proponer un reconocimiento de la diversidad del Raval, no como factor añadido, sino como pilar constitutivo del barrio, que nació de la emigración de población barcelonesa residente en el núcleo gótico, y que su historia se ha caracterizado por la sucesión de flujos migratorios. Algunos de ellos se han sedimentado en el barrio, mientras que otros han seguido su rumbo hacia otros destinos.

Creo necesario reivindicar este pasado migratorio de un barrio como el Raval, como paso previo para formular la reconstrucción de la memoria colectiva del mismo, a partir de la consideración de los diferentes trayectos individuales implicados. La historia inmigratoria del Raval sigue desarrollándose en el presente por parte de los que viven en él, y en la que todos contribuyen, a pesar de que unos y otros no participen de un mismo universo de referencias y significados. La memoria de este barrio se escribe conjuntamente. Por lo que su reconstrucción no será completa si no incorpora a aquellos que forman parte del mismo, y que desarrollan paralelamente un proceso de resignificación y apropiación de este espacio urbano. Recuperar esta historia compartida debería de servir como instrumento para vincular esos mundos sociales separados, para superar las barreras de incomunicación que los aislan. Para evitar que sus fronteras sean insalvables, que se creen mundos paralelos, sin nada en común, excepto que comparten un mismo espacio urbano.