De marzo a mayo de 2000, el Museu d'Art Contemporani de Barcelona organizó la exposición del fotógrafo chileno Camilo José Vergara, "El nuevo gueto americano" (+ info). Entre las diferentes actividades que fueron organizadas, fuí invitado por Claudio Zulián y Jorge Ribalta a una mesa redonda sobre miradas urbanas. Éste fue el texto que elaboré, y que hasta ahora no había hecho público:
UN RAVAL IMAGINADO
Jordi Moreras
El Raval, por encima de otros barrios de Ciutat Vella, despierta una
especial atención en el imaginario social barcelonés. Barrio popular, barrio de
bohemia, barrio gris, barrio de mala fama, barrio de dudosas costumbres, barrio
obrero, barrio inseguro... han sido algunos de los atributos que ha ido
acumulando a lo largo de una dilatada historia, como argumento de un diálogo
entrecortado que éste ha mantenido con el conjunto de la ciudad. Su centralidad
espacial no es correspondida con su plena integración en la ciudad, separada de
ella a través de sutiles límites indicados en las estadísticas sociales
elaboradas por el Ayuntamiento de la ciudad.
Pero los números no se bastan por sí solos para fundamentar esas
percepciones que acaban entrando en el difuso mundo de los imaginarios urbanos,
fenómeno característico de toda ciudad. Es necesario recrear imágenes que estén
siempre presentes al hacer referencia a esos contextos. Así, el mito del Barrio
Chino del que parece no poderse despegar el Raval pervive hoy en día, aunque
posiblemente sus clásicas imágenes hayan sido reemplazadas por otras. Ese mito
sigue siendo una fuente inagotable de inspiración artística e interés
socio-antropológico. Sólo hace falta recordar algunos de los montajes teatrales
vigentes en la cartelera barcelonesa, algunas recientes películas así como
novelas, artículos periodísticos, sin olvidar, ciertos ejercicios etnográficos
(que probablemente aumentarán en número cuando se traslade al barrio la
facultad de historia de la UB), así como proyectos arquitectónicos de final de
carrera.
Ciertamente, los tiempos de la vieja Bodega Bohemia (desde aquí un
recuerdo para el documental de Sonia Herman Dolz, Yo soy así, estrenado en Barcelona en abril de 2000) posiblemente
no volverán. “El Raval ya nunca volverá a ser el mismo”, se suele decir. Pero
tras algunas de estas propuestas, sigue fluyendo aún un discurso que,
fundamentado en torno a un concepto de pérdida de "la autenticidad” del
barrio, formula una difusa reivindicación de la misma sin saber muy bien a qué
nos estamos refiriendo.
El antes y el después se convierten en el Raval, tal
como diría el sociólogo colombiano Armando Silva, en categorías narrativas
fundamentales para trazar la historia reciente del barrio, sin duda acelerada a
partir de la reforma urbana interior. Ante el escenario -semiderruido, a veces-
que ésta define, se siguen cruzando aquellas propuestas de recuperación de esa
"auténtica identidad" del barrio, frente a las que, al contrario,
pretenden formular una nueva definición de la misma en clave urbanística y
social. En un sentido o en otro, y ante una polémica que sigue estando abierta,
y en la que desde aquí no voy a participar, cabría preguntarse hasta qué punto
ese principio de "lo auténtico" de este barrio es asumido o no por
parte de sus habitantes, con los cuales sin duda habría que debatir, y no
acabar de nuevo recreando imaginarias percepciones externas. Saber cómo se vive
esta transformación tan intensiva del barrio por parte de sus residentes, sigue
siendo aún una cuestión social pendiente de analizar, ahora que esta reforma
interior se encuentra en su recta final.
Las metáforas de la ciudad. Hemos ido construyendo un lenguaje metafórico en torno a la ciudad, para
intentar comprender mejor las diferentes dinámicas sociales que se dan en ella.
Hemos hablado de mosaico, para
referirnos a aquel conjunto de "pequeños mundos que se rozan pero que no
se compenetran" (Louis Wirth), o de ciudades
invisibles que como entidades "diferentes se suceden sobre el mismo
suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido,
incomunicables entre sí" (Italo Calvino). Con ambos conceptos queremos
hacer referencia directa a la heterogeneidad como factor fundamental y
distintivo de la ciudad. Hemos recurrido también a los términos de centralidad y periferia, para simular las relaciones de poder que se generan a
través del espacio urbano, y que se proyectan en una definición oficial del uso
social del mismo.
Pero la atenta observación de esas dinámicas sociales que transcurren
en el escenario urbano, nos demuestra que es necesario revisar y repensar
constantemente el uso y la definición de esas metáforas. Esa heterogeneidad no
necesariamente es indicador de la incomunicación en la ciudad, que puede
deberse precisamente a su incapacidad manifiesta por reconocer ese factor
constitutivo de su identidad. Por otro lado, entre el centro y la periferia se
establece una continua tensión y debate, apareciendo nuevas centralidades, y en
la que la centralidad oficial es respondida por los propios habitantes de la
ciudad. Se produce, en definitiva, lo que algunos autores han denominado resignificación
del espacio urbano, a través de la cual se generan nuevas definiciones y
usos ciudadanos de los espacios de la ciudad.
En el Raval y en Ciutat Vella, esta resignificación se ha formulado en
más de una ocasión en términos de "recuperación" de ese espacio para
el uso y disfrute de la ciudadanía. Sin dejarnos arrastrar por una primera respuesta
emocional (¿es que acaso aquellos que viven en estos barrios no forman parte de
esa ciudadanía?), con el uso de este concepto se está reconociendo la distancia
existente entre estos barrios y el resto de la ciudad. Un previo reconocimiento
que es necesario para superar las fronteras imaginarias y las dinámicas de
exclusión-inclusión que ha proyectado la ciudad sobre estos barrios centrales,
pero al mismo tiempo, social que no geográficamente, periféricos.
En la actualidad en el barrio encontramos dos procesos de
resignificación urbana coincidentes: por un lado, la reforma interior urbana; y
por otra, la aparición de espacios comerciales, asociativos y religiosos como
indicador del proceso de asentamiento de los colectivos de origen inmigrante.
El primero aparece como propuesta oficial de redefinición del espacio urbano,
de creación de nuevas centralidades y de nuevos usos del espacio. El segundo,
desarrollándose paralelamente, formula también una transformación de la
fisonomía del barrio, que a nuestros ojos se evidencia en un mayor o menor
grado. Pero no siempre reconocemos que detrás de la aparición de estos espacios
relacionados con los colectivos inmigrantes, se desarrolla un proceso de
marcaje y redefinición de ese mismo espacio urbano, de cara a reconocerlo y
hacerlo propio.
De la superposición de diversos croquis urbanos (en el sentido dado por
Silva, de esbozos de trayectos que interpretan el mapa oficial), surgen
interesantes reflexiones para entender las dinámicas sociales en la ciudad. Tan
sólo querríamos formular dos interrogantes que vinculan ambos procesos de
resignificación: ¿hasta
qué punto la reforma (y sus promotores) contemplan en el diseño de este nuevo
espacio urbano, la presencia de estos espacios propios de los colectivos inmigrantes? ¿qué
percepción desarrollan los diferentes colectivos inmigrantes respecto a esta
reforma interior, como residentes del distrito?.
Un nuevo factor en juego. Dentro de esta turbulencia de imaginaciones y significados que se
actualizan constantemente en el Raval, el factor inmigrante adquiere un
inesperado protagonismo. ¿Se convierte en un factor de inestabilidad o de
transformación para el barrio? La respuesta a este interrogante, para el cual
no nos sirven las formulaciones marcadamente ideológicas (xenofobia vs.
interculturalidad), habrá que ir construyéndola paso a paso de cara al futuro.
Pero de momento, esta cuestión nos situa en el camino de nuevas reflexiones.
La primera de ellas pasa por el reconocimiento de la propia diversidad.
Lo cierto es que toda sociedad muestra una particular tendencia a
presentarse a sí misma y ante las demás como realidad homogénea y compacta. La
heterogeneidad es vista como sinónimo de fragmentación y como factor que puede
amenazar la cohesión interna, de ahí que el principal cometido de sus
instituciones de socialización y reproducción sea el mantenimiento de una
deseada uniformidad social. Que en la actualidad nuestras sociedades se estén
transformado en realidades multiculturales, se entiende más como resultado de
una heterogeneidad importada –y no siempre deseada-, que no como consecuencia
de un proceso interno. Tal formulación se deriva fundamentalmente de la manera
en que nuestra sociedad define su propia alteridad social y la identifica con
la llamada “inmigración no comunitaria”.
El reconocimiento
previo de una diversidad propia y no adquirida es posiblemente el primer paso
para comprender las manifestaciones de esta alteridad en unos contextos
próximos como son los barrios de nuestras ciudades. La manera en que las nuevas
poblaciones que llegan a la ciudad redefinen y hacen suyo este espacio urbano
es resultado de un proceso cotidiano de negociación entre sus iniciativas
individuales o colectivas de inserción espacial y las dinámicas presentes en el
mismo. Que lo urbano, por definición, sea un espacio cambiante y heterogéneo,
no quiere decir que esté exento de tensiones y resistencias que se expresan
ante determinadas presencias. No nos encontramos ante un molde vacío, sino ante
una masa plástica que es modelada al mismo tiempo con diferentes manos.
Cuando esta
"inmigración" supera los márgenes de la definición dada por la
sociedad receptora, basados en su carácter de provisionalidad e invisibilidad
social, y desarrolla nuevas formas de participación en el espacio público, es
cuando nuestra percepción inicia una progresiva deriva hacia la
problematización social de esta presencia. Los individuos inmigrantes, como el resto de
residentes en la ciudad, entablan un diálogo con la misma en torno a los usos y
definiciones de los espacios que la componen. Si bien su inexperiencia ante los
códigos y sentidos que rigen en ella les delata ante el resto de la ciudadanía,
poco a poco adquieren una mayor competencia, lo que permite el desarrollo de
procesos de redefinición y apropiación simbólica del espacio urbano. Los nuevos
espacios comerciales, asociativos y religiosos vinculados con estos colectivos,
se convierten en guias de referencia y de lectura de este espacio urbano, sobre
el que se definen nuevos usos y centralidades, que se añaden a los que ya
habían sido definidos por los autóctonos.
La visibilidad que
se deriva de esta presencia provoca diferentes reacciones por parte de los
autóctonos. El recurso a un principio de territorialidad, especialmente si esta
residencia se acompaña con la creación de espacios comerciales, expresa el
temor a ser literalmente invadidos
por los nuevos residentes. Por otro lado, también se reacciona acusando a los
nuevos vecinos de degradar social y urbanísticamente los barrios en donde se
instalan, o se les culpabiliza de la creación de guetos, más como expresión de
su propia actitud de repliegue comunitario y contrario a la integración, que no
como consecuencia de una serie de procesos de segregación social. Los espacios
urbanos muestran en más de una ocasión un carácter reactivo a estas nuevas
presencias, ya que se considera que éstas vienen a "perturbar" las
lógicas que se reproducen en el espacio público de las sociedades europeas.
Un barrio inmigrante. Nuestra sociedad elabora de una manera acumulativa y sobredimensionada,
una determinada construcción de la presencia inmigrante. Al identificar unas
determinadas imágenes, como las de “ilegal” o “sin papeles”, con una
determinada presencia, y al contemplar las "consecuencias" y
"problemáticas " de la misma, se condiciona la percepción que se
tiene de ésta en un determinado barrio, ya sea por parte de sus propios
habitantes o por otros. En este sentido, esta presencia imaginada se acaba
ubicando en aquellas partes de la ciudad sobre las que la opinión pública ya ha
ido acumulando anteriormente otros atributos socialmente negativos.
Por ejemplo, si
analizamos los datos estadísticos sobre extranjeros residentes en Barcelona
entre 1986 y 1996, vemos cómo al principio de este periodo, el distrito de la
ciudad que contaba con un mayor número de extranjeros era Sarrià-S. Gervasi,
seguido por el Eixample y después -a distancia- por Ciutat Vella. En estos diez
años, la población extranjera ha ido creciendo en Ciutat Vella hasta situarla
en cabeza de este ránquing. Pero no se tiene presente que en 1996, el barrio de
Barcelona con mayor número de residentes extranjeros seguía siendo el de S.
Gervasi, por encima del Raval, o que el dato poblacional más significativo con
respecto al distrito de Ciutat Vella no es la inmigración sino por el contrario
la emigración: su saldo migratorio es claramente negativo lo que ha supuesto en
el periodo 1991-96 una pérdida de 5.100 habitantes.
A pesar de los
porcentajes que indican estos datos, Sarrià-S. Gervasi o el Eixample
difícilmente podrían ser considerados como barrios
inmigrantes, a pesar de su importante concentración espacial de
extranjeros. Por su origen, en su mayoría de paises desarrollados, y por su
estatus socio-profesional alto, consiguen burlar las connotaciones negativas
que se atribuyen a la categoría de extranjero,
que en cambio sí se aplica a aquellos que se les situa dentro de la de inmigrantes. La sutil distinción que se
lleva a cabo para otorgar este calificativo a unos u otros barrios de una
ciudad como Barcelona que ha sido construida a golpe de flujos migratorios,
parte de un pasado no tan lejano, del que esta ciudad y su área metropolitana nos ofrecen una multiplicidad
de ejemplos bien notorios.
El proceso de etiquetaje social de la figura del
inmigrante acaba desplazándose también hacia el mismo espacio urbano que lo
alberga, y si ésta se conceptualiza socialmente como problemática, aquellos
barrios en los que éstos residen se convierten también en espacios
problemáticos, que disfrutan de una difícil convivencia, además de otras
atribuciones socialmente negativas.
"El
Raval se está convirtiendo en un gueto inmigrante..." Las fotos de la exposición de Camilo José Vergara
sobre los guetos de Nueva York o Chicago pueden llegar a sugerir una
transposición de estas imágenes a la realidad del barrio que acoge esta
selección fotográfica. Pienso que deberíamos de disipar todo paralelismo, tanto
iconográfico como social, a pesar de que algo encontraríamos en común en el
desarrollo de percepciones sociales sobre determinadas zonas urbanas.
La metáfora del gueto, como expresión de la distancia
social que separa los barrios menos favorecidos del resto de la ciudad, y como
estigma que es aplicado sobre ellos, sigue siendo muy útil como respuesta a la
llegada e instalación de los colectivos inmigrantes en la ciudad. Detrás suyo
se formula una determinada definición de integración social, que entendida como
condición sine qua non impuesta por
la “mayoría tolerante y respetuosa” a los colectivos inmigrantes, no siempre
acaba siendo acatada por esos sujetos.
Pero en la indefinición existente en los sentidos de
la palabra integración, hay un indicador que parece claro a la hora de
determinar esa mayor o menor integración. Se trata de los diferentes patrones
de concentración y dispersión urbana que muestran los colectivos inmigrantes.
Se piensa que la concentración es indicador de repliegue comunitario y de falta
de voluntad para integrarse en nuestra sociedad, mientras que la dispersión, en
cambio, es garantía de una más plena incorporación. Habría que empezar a
desmontar estos supuestos, que en el fondo acostumbran a ser más ideológicos
que descriptivos, ante la evolución de las cifras de que disponemos para
referirnos a su asentamiento urbano.
En Ciutat Vella y en el Raval, tal como comentábamos
anteriormente, reside casi una cuarta parte de los residentes extranjeros en
Barcelona. Ello representa en el Raval una población de 5.000 personas, lo que
supone más de la mitad de todos los extranjeros de Ciutat Vella. El colectivo
nacional más importante en estos barrios es el marroquí, seguido del filipino,
de los nacionales de los países de la Unión Europea, de Pakistán y de la
República Dominicana. Exceptuando a los europeos, el resto de esos nacionales se concentran principalmente en
este distrito de Barcelona.
Si comparamos los años padronales entre 1986 y 1996,
veremos cómo el colectivo marroquí progresivamente comienza a estar presente en
otros barrios de la ciudad, lo que hace descender su porcentaje en el distrito.
Frente a él, se sitúa el colectivo filipino, en que año tras año su porcentaje
de concentración sigue aumentando. En la actualidad se calcula que el 65% de
todos los filipinos que residen en la ciudad lo hacen en una parte concreta de
este barrio.
Ambos modelos dispares nos muestran una aparente y paradójica
contradicción, porque aquel colectivo que muestra un grado más fuerte de
agrupamiento comunitario, es el que desde un punto de vista social muestra un
nivel de aceptación mucho mayor que otros colectivos más estigmatizados
socialmente. La imagen afable que nuestra sociedad construye de la comunidad
filipina contrasta fuertemente con la que se aplica a otros colectivos de
tradición musulmana como el marroquí o el pakistaní.
Así pues, tememos los guetos, pero sobre todo los guetos de unos y no
de otros colectivos, constatación que nos ha de llevar a reflexionar sobre la
manera en que nuestra sociedad construye su propia alteridad, sus propios
opuestos.
En definitiva, y quizás como forma de superar las imágenes
estereotipadas que nos acaban superando, quizás habría que proponer un
reconocimiento de la diversidad del Raval, no como factor añadido, sino como
pilar constitutivo del barrio, que nació de la emigración de población
barcelonesa residente en el núcleo gótico, y que su historia se ha
caracterizado por la sucesión de flujos migratorios. Algunos de ellos se han
sedimentado en el barrio, mientras que otros han seguido su rumbo hacia otros
destinos.
Creo necesario reivindicar este pasado migratorio de un barrio como el
Raval, como paso previo para formular la reconstrucción de la memoria colectiva
del mismo, a partir de la consideración de los diferentes trayectos
individuales implicados. La historia inmigratoria del Raval sigue
desarrollándose en el presente por parte de los que viven en él, y en la que
todos contribuyen, a pesar de que unos y otros no participen de un mismo
universo de referencias y significados. La memoria de este barrio se escribe
conjuntamente. Por lo que su reconstrucción no será completa si no incorpora a
aquellos que forman parte del mismo, y que desarrollan paralelamente un proceso
de resignificación y apropiación de este espacio urbano. Recuperar esta
historia compartida debería de servir como instrumento para vincular esos
mundos sociales separados, para superar las barreras de incomunicación que los
aislan. Para evitar que sus fronteras sean insalvables, que se creen mundos
paralelos, sin nada en común, excepto que comparten un mismo espacio urbano.
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