A partir del comentario de un
compañero sobre la noticia de la subasta del libro más caro del mundo, me ha
parecido pertinente escribir lo siguiente. No lo retoco, ni rectifico: tal cual
ha sido pensado y escrito.
“La reflexión de Moisés es más
que pertinente en este mundo nuestro en el que todo debe tener un precio, que
no un valor. Ignoro los detalles del negocio del libro antiguo o de
coleccionista, pero me imagino que no deben de ser muy diferentes a los del
mercado del arte, especialmente el de las obras que ocupan los ranquings de las
más caras, y que no necesariamente son las más valiosas. Pero sirven para
maravillarse ante el precio especulativo que la vanidad individual puede poner
a una obra de arte. La satisfacción de alguien que sólo ansía poseer ese
objeto, para luego convertirlo en un artefacto decorativo más en sus
presuntuosas mansiones. Pienso, por ejemplo en la reciente adquisición del tríptico
de Francis Bacon por parte de la jequesa de Qatar. Tengo entendido que es una
mujer culta y refinada, por lo que me satisface pensar que tal obra no sirva
para decorar su jacuzzi o su cuadra de purasangres. Si fuera un millonario
texano podríamos fantasear pensando en lo bien que quedaría en su baño
(emulando a nuestro Gil y Gil).
Pero vuelvo al libro en
cuestión: se trata de un libro de salmos, con múltiples erratas en la edición
que dan testimonio de las terribles condiciones en que fue publicado en un
"entorno salvaje", dice la noticia. Se me ocurren algunos
comentarios: los libros de temática religiosa siempre suelen ser los más
preciados, dado que fueron los primeros en editarse (recuérdese Guttenberg),
pero curiosamente cada tradición religiosa ofrece su ranquing de obras
preciosas. Probablemente, en el mundo islámico no se aprecie el valor de un
viejo libro de salmos, y se prefiera un Corán con anotaciones para su
traducción del arabe al farsi del siglo IX. Segundo, estos libros preciados
deben contener un relato que muestre su rareza y su singularidad. En este caso
lo que cuenta es que fue escrito por los peregrinos que se exiliaron al
territorio norteamericano. El contexto épico sirve de argumento moral para
ponerle precio a algo que no podemos establecer de forma objetiva. Pero creo
que el debate no va de objetividad sino de la repulsiva ostentación de capital
para pujar en la subasta por estas obras. Tercera y ultima reflexión: cuando
hace unos meses, la Unesco alertó del peligro de que los conflictos armados en
Mali pudieran afectar al valioso fondo documental de las bibliotecas de
Tombuctú, todo el mundo se aprestó a reconocer tal riesgo. Se llegó a hablar de
genocidio cultural. Bueno, pero hasta entonces, ¿a quién le ha importado la
suerte de esas bibliotecas que atesoran documentos andalusies originales, que
siguen siendo utilizados por investigadores africanos? Algunas bibliotecas
fueron objeto de pillajes, que fueron atribuidos a la mente fanatizada de las
milicias islamistas. Pero estoy seguro (conociendo las experiencias previas de
Afganistán e Iraq), que algunos de estos materiales han sido incorporados de
forma subrepticia en el mercado económico, y no sería de extrañar que en el
futuro aparecieran en los fondos de algún prestigioso museo en Europa, América
o China. Documentos demasiado valiosos como para estar en el centro del
desierto africano, pudiendo ocupar un lugar especial en la British Library o en
L'Hermitage moscovita.
¡Qué
diferencia tan grande puede hacerse entre el valor de un libro que no es único
pero si compartido, de aquel que es único pero no puede ser compartido!. ¡Qué
paradoja de nuestro tiempo pensar en un libro que sólo pueda ser patrimonio de
los ojos de un lector ya hastiado porque sigue sin poder comprar con dinero la
felicidad que tanto anhela!."
No hay comentarios:
Publicar un comentario