Diez años ya los atentados de
Madrid. Tiempo necesario para poder cerrar heridas, que en mi caso no fueron de
sangre, pero si provocadas por un sentimiento de vergüenza respecto a la manera
en que la institución de la que entonces formaba parte, la Dirección General de
Asuntos Religiosos de la Generalitat de Catalunya, respondió a esta tragedia.
Durante la mañana del 13 de marzo de 2004, escribí a mano todas las impresiones
vividas a lo largo de los dos anteriores días, y me prometí a mí mismo que una
década más tarde las haría públicas. Lo hago ahora, sin ningún tipo de
resentimiento, pero sí con la voluntad de evitar que el olvido no nos permita
enfrentarnos con nuestra memoria, y con nuestra vergüenza.
"La mañana del 11 de marzo
había finalizado mi clase de prácticas de coche, y mi profesor me había dejado
en la estación de Vilafranca del Penedès. Como era habitual, aprovechaba el
viaje hasta Barcelona para leer. No recuerdo si llevaba un libro o la fotocopia
de un artículo. Al llegar a Barcelona hice mi trayecto habitual a pie, desde la
estación de Arc de Triomf hasta Via Laietana. Al entrar en la oficina, Montse
Guallarte me comunicó que había habido un gran atentado en Madrid. Faltaban
unos minutos para las 9 de la mañana. Entré en mi despacho, pero ni siquiera
encendí el ordenador, ya que a esa hora había quedado con mi amigo Ignacio
Álvarez Dorronsoro, para tomar un café. No nos fijamos si en el bar estaba
puesta la televisión. Media hora más tarde estaba de nuevo en el despacho, y ya
me enteré a partir de las noticias de los diarios por internet, de que había
sido un atentado especialmente sanguinario. Lo primero que pensé fue llamar a
Madrid, a casa de mi tío Satur, para preguntarle por él y el resto de familia
que vive en Madrid. Él me dijo que estaba bien, pero, muy nervioso, comenzó a
gritarme al teléfono: "ETA Son unos asesinos y unos bárbaros. Ves, es eso
lo que ha conseguido ese malnacido de Carod-Rovira!" (haciendo referencia
a las indiscretas conversaciones que éste mantuvo con representantes de ETA en
Perpignan). Yo le pedí que se
tranquilizara, que lo que era importante era que nadie de la familia fuera
víctima de los atentados. Le dije que después le llamaría. De nuevo el
terrorismo, de nuevo nos volvíamos a encontrar de nuevo con el dolor, esta vez
en Madrid. Quizás acostumbrado a esta funesta rutina, seguí haciendo mi
trabajo, y de vez en cuando miraba las imágenes que algunos medios iban
mostrando por internet. En ese momento, mi situación en la Dirección General
tenía fecha de caducidad, ya que la directora general, la sra. Montserrat Coll,
ya me comunicó que no quería contar conmigo, y que el mes de junio finalizaría
mi vinculación laboral. Durante ese periodo se me encargó hacer un estudio
sobre el estado de los cementerios musulmanes en Cataluña. Mi anterior cargo,
como responsable de estudios de la Dirección General había quedado suspendido.
Por aquel entonces, yo ya era consciente de que mi presencia tenía fecha de
caducidad, y que ya no podría aportar nada más que lo que me fuera solicitado
por la directora general. Mi compañero Manuel Lecha fue encargado de las
relaciones con las comunidades musulmanas, y yo le debería dar apoyo hasta el
mes de junio. Como una funesta costumbre, hacia el mediodía, nos acercamos a la
concentración silenciosa que habitualmente se hacía en la Plaza Sant Jaume
cuando se producía un atentado. Allí había miembros del gobierno de la
Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona. Saludamos a compañeros de otros
servicios del Gobierno. Rompiendo el silencio se escucharon gritos en contra de
ETA y en contra de los terroristas. A mí me sonó el teléfono. Era Joan Uribe, sargento
de los Mossos de Escuadra, al que sus jefes habían encargado dedicarse al
seguimiento de los potenciales casos de terrorismo islamista. Su llamada me
dejó de piedra: "quizás no ha sido ETA", me dijo. Yo enseguida se lo
comuniqué a mi compañero Manuel, que se quedó tanto sorprendido como yo mismo.
Rápidamente volvimos al despacho para comunicarle esta información a la sra.
Coll. Le pedimos podernos reunir urgentemente para que tuviera constancia del
hecho. Como en aquel tiempo ya se había definido la jerarquía dentro de la
Dirección General, fue Manuel quien se dirigió a ella. Ante nosotros, la sra.
Coll, incrédula, dijo: "bueno, pero todavía no hay pruebas de ello,
¿verdad ?". "Cierto" ,contesté yo, "pero si se confirma
esta hipótesis, quizás habrá que tomar alguna decisión". Nos encargó que
hiciéramos un seguimiento de los acontecimientos para ver si podíamos descartar
esta autoría o si empezaban a aparecer nuevas pruebas. Desde mi despacho me
puse en contacto con miembros de los servicios de información. Volví a llamar a
los Mossos para decirles que nos informaran tan pronto como aparecieran nuevas
noticias, y también hice una llamada a la Guardia Civil. La idea que les quería
transmitir era que estábamos a la espera de noticias, y en previsión de poder
hacer algo para poder evitar algún tipo de reacción social contra los
musulmanes. También nos pusimos en contacto con representantes del colectivo
musulmán, que se indignaron ante las suposiciones que les hacíamos, aunque
luego parecieron interpretar mejor nuestra llamada. He de reconocer que lo
primero que me ha venido a la cabeza estos días ha sido que alguien atacara una
mezquita, o que alguna persona musulmana fuera agredida. Me acordaba del caso
del atentado de Okhlahoma y temía que esto nos pasara en Cataluña. Era como si
pudiera derrumbarse el camino que habíamos estado haciendo en los últimos años.
También llamé a mi mujer, Pilar, para comunicarle el hecho. Lo hice desde el
móvil, en la calle, ya que pensaba que tenía que saber. Aproveché que estaba en
la calle para engullir un pequeño bocadillo, mientras llamaba a otros
compañeros periodistas. Todo el mundo estaba muy preocupado, porque empezaban a
aparecer informaciones de los servicios de información británicos, que fueron
los primeros en empezar a hablar de la hipótesis islamista. Al volver a la
oficina, le iba informando de mis conversaciones a la sra. Coll que, sin
embargo, no aparentaba ningún tipo de preocupación por lo que estaba pensando.
Pese a las dudas que tuve respecto la autoría de los atentados, durante el
jueves 11 de marzo en ningún momento me relajé. Preferí imaginar el peor
escenario posible, y asumir el riesgo de ser tachado posteriormente como
exagerado (si finalmente la autoría hubiera sido de ETA), que no como poco
previsor. El resto de la tarde sirvió para seguir intentando encontrar más
claves en internet y para que la batería del móvil prácticamente se me
descargara. Creo que hacia las cinco de la tarde, la sra. Coll nos comunicó que
iba a casa. Yo le dije, que si quería, podría llamarle a su casa, ya que
probablemente me llegaría más información durante la noche. Ella me respondió
que ya se la comunicaría mañana, y que esperaba que si se confirmaba la autoría
islamista, al final no se tuviera que suspender la reunión prevista entre el
consejero primero, Josep Bargalló, y los representantes del Consejo Islámico y
Cultural de Cataluña, prevista por el siguiente lunes 15 de marzo. Me quedé
mudo: que su única preocupación en estos momentos fuera una cuestión de
protocolo. Esa tarde salí tarde del despacho, y cuando llegué a casa, me
conecté de nuevo en internet para conocer nuevos detalles.
La rutina del día siguiente
comenzaba a las siete de la mañana, de nuevo al volante del coche de prácticas.
El profesor me dio más de una bronca, diciéndome que " hoy no estás muy
fino , qué te pasa ?". Poco le pude decir, pues ya tenía la cabeza en otro
sitio. A las ocho, cogí el tren con tres o cuatro periódicos bajo el brazo. A
medio viaje me vuelve a llamar Joan Uribe, indicándome que los Mossos quieren
entrevistarse con los responsables del Consejo Islámico y Cultural de Cataluña,
y que nos pedían nuestro apoyo para ponerse en contacto con ellos. Yo le dije
que, dado que yo ya no ocupaba ningún cargo en la Dirección General, le debería
pedir directamente a la directora. Uribe me respondió que él tenía la
autorización de la consellera Montserrat Tura para que las personas que los
ayudaran a hacer este contacto fueran Manuel Lecha y yo mismo. Y me recalcó que
ya se pondrían en contacto con la sra. Coll. Llegué a la oficina, y me
encuentro con Manuel (al que ya había llamado después de hablar con Uribe, para
comunicarle a la sra. Coll la intención de los Mossos). Me confirma que ha
hablado con ella, y que quiere que concertemos esta reunión, que se celebrará
ese viernes a las 11h en la sede del Consejo islámico en la calle Tallers.
Manuel también me comenta que la sra. Coll hoy vendría más tarde a la oficina.
Yo le expongo algunas de las propuestas que había pensado: proponer un
manifiesto de rechazo consensuado con el mayor número de comunidades musulmanas
de Cataluña, hacerle saber al Gabinete del Presidente Maragall que estábamos
moviendo esto y, sabiendo que se estaba organizando una gran manifestación en
Plaza de Cataluña-Paseo de Gracia, poder conseguir que pudiera haber una
representación de estos colectivos en su cabecera. Mientras íbamos a la cita
con los Mossos fuimos perfilando estas ideas, pues para la primera de ellas
queríamos contar con el apoyo del Consejo Islámico. La reunión a tres bandas no
duró más de treinta minutos, y todos nos aprestó a apoyarnos en la respuesta a
esta situación. A la salida, un grupo de periodistas nos abordó, y tuvimos que
darles algunas excusas un poco raras para evitar que nos identificaran. De
regreso a la oficina, Manuel recibió la llamada de la sra . Coll que le
preguntaba cómo había ido la reunión. Después de hablar con ella, Manuel me
comunicó que la sra . Coll tenía unos asuntos personales que le impedirían
venir a la oficina durante todo el día. Esto me preocupó mucho, ya que nosotros
no podíamos entrar en contacto con el Gabinete de Presidencia, ni iniciar todas
las iniciativas que habíamos pensado para que se pudiera articular una
respuesta de condena a los atentados por parte de las comunidades musulmanas en
Cataluña. Al llegar a la oficina de Via Laietana, empecé a redactar el texto
del manifiesto que había que consensuar con las comunidades musulmanas. Cuando
ya tenía un primer borrador, Manuel entró en mi despacho para revisarlo juntos.
Al entrar, cerró la puerta, y me dijo que hoy la sra. Coll no vendría en todo
el día porque había decidido quedarse en casa, para poder preparar la calçotada
que quería hacer el sábado, en la que había invitado a diferentes miembros del
gobierno catalán (*). Me quise morir en ese instante. Mi primera reacción fue
coger la chaqueta y marcharme a casa, pero Manuel me contuvo, para decirme que
teníamos que hacer el manifiesto, y que esto era lo más importante que hacer
ahora.
Hicimos un breve texto de rechazo
por los atentados, mientras que por otra parte, localizábamos los teléfonos de
los principales interlocutores de las comunidades musulmanas en Cataluña. La
idea sería explicarles nuestra propuesta, leerles el contenido del manifiesto
(o mandarselo por fax), y luego añadir el nombre de su comunidad en la lista de
adhesiones. Cuando nos pusimos en contacto con el Consejo Islámico, surgió el
primer problema: ellos habían preparado un comunicado diferente que estaban a
punto de enviar a la prensa. Les pedimos que lo que querían hacer no era lo que
tocaba hacer ahora, y que nosotros nos estábamos exponiendo mucho para que se
pudiera dar una imagen de unidad en el seno del colectivo. Finalmente, se
avinieron a consensuar los dos textos. Nos pasamos casi todo el mediodía y
comienzo de la tarde (era viernes, y era día de oración), llamando a
comunidades musulmanas. Al final conseguimos el apoyo de unas cuarenta entidades y mezquitas. Ya le habíamos comunicado al Gabinete de Presidencia lo
que queríamos hacer, y que quedábamos a la espera de que nos dijeran algo en
relación a la manifestación de la noche. A partir de media tarde, empezamos a
enviar el manifiesto por fax a la redacción de los principales medios de
comunicación de Cataluña. El número de fax de la Delegación de la Generalitat
en Barcelona apareció en todos los envíos, pero tengo la sensación de que nadie
se dio cuenta de ello. Al día siguiente, muy pocos medios se han hecho eco de
este manifiesto. Demasiado esfuerzo para unos resultados tanto escasos.
Ahora quedaba la cuestión de la
manifestación. Manuel Lecha y yo mismo nos desplazamos a la sede del Consejo
Islámico para poder recoger a algunos de sus representantes para poder asistir
a la manifestación. Desde el Gabinete de Presidencia nadie nos había respondido,
pero lo intentamos. Al llegar a Plaza Cataluña, la multitud era tan enorme, que
sólo pudimos situarnos junto al edificio de El Corte Inglés, muy lejos de la
cabecera que se encontraba al inicio del Paseo de Gracia. Todavía recuerdo las
miradas de la gente respecto a unos representantes musulmanes que, vestidos con
chilabas y turbantes, intentaban abrirse paso entre la multitud. Al final fue
imposible dar un paso más. Yo pensé que ya había hecho suficiente, y enfilé
hacia el tren que tenía que llevar a casa.
El día había sido muy largo y
duro, como también lo fue aquella noche de insomnio y vergüenza.
(*) Este hecho me fue
confirmado por la entonces Secretaria para la Inmigración, Adela Ros, que
reconoció que ella participó en esta comida, junto con otros miembros del
partido al que pertenecía la sra. Coll, como el consejero primer Josep
Bargalló.