lunes, 31 de mayo de 2010

Seminario "Pluralismo, religión y convivencia" (Bilbao, 15-19 / junio / 2010)

La gente del centro Alhóndiga de Bilbao (www.alhondigabilbao.com), organizan un seminario sobre pluralismo religioso para este mes de junio. Han tenido a bien invitarme, y yo les he hecho llegar el siguiente abstract, proponiendo una reflexión un pelín provocadora:

LA SECULARIZACIÓN DEL OTRO: LOS IMPERATIVOS LAICOS EN NUESTRAS SOCIEDADES

Jordi Moreras
Universidad Rovira i Virgili (Tarragona)
Consultoria Tr[à]nsits

Desde ya hace algunas décadas, observamos cómo el panorama religioso de nuestras sociedades está siendo alterado por una doble dinámica, una mucho más prolongada en el tiempo y asentada, y otra más reciente pero todavía por consolidar. Me refiero, por un lado, a la secularización de las prácticas y las conciencias, y por otro, a la pluralización de las expresiones y simbologías religiosas. La teoría sociológica ha mostrado hasta qué punto son complementarias ambas tendencias. En España ambas dinámicas confluyen, fundamentalmente, ante la emergencia de las expresiones religiosas por parte de colectivos de origen inmigrante. El contraste entre la religiosidad de estos grupos y la que expresa el conjunto de nuestra sociedad, ha llevado a pensar que la religión ocupa un lugar mucho más destacado en su identidad y su organización comunitaria, que no en la nuestra. Probablemente estamos interpretando de manera un tanto deficiente, el papel que pueden jugar las referencias religiosas en el seno de colectivos que han de reconstruir sus estructuras identitarias y relacionales en un contexto social, cultural y religioso totalmente diferente al de su sociedad de origen. Creo necesario, pues, repensar la relación entre religión y migración.

Las evidencias de esta pluralización religiosa no sólo contribuyen a enriquecer el panorama espiritual de nuestra sociedad; también generan la necesidad, entre las administraciones públicas, de "ordenar" los aspectos colectivos que se derivan de ellas. En España, los modelos de gestión de la pluralidad religiosa que se están elaborando a nivel estatal y autonómico están proporcionando diferentes respuestas públicas a estas nuevas realidades, adecuando servicios, programas e intervenciones a fin de que sean mucho más comprensivas con esta diversidad. Más allá de la ejecución de tales acciones públicas, se plantea la cuestión de formular el modelo que las ha de justificar: ¿sobre qué base se define el encaje de esta nueva pluralidad religiosa? La laicidad parece ser el modelo que viene a definir este marco, lo que supone un cualitativo avance más allá de los principios constitucionales de aconfesionalidad y libertad de culto. A pesar de todo, la laicidad aún debe ser convertida en un instrumento, más allá de lo conceptual, de cara a (re)situar lo religioso plural en nuestra sociedad. Sigue siendo un hándicap reconocer que la laicidad no forma parte de la cultura política de este país. Aún así, insisto en la oportunidad de convertirla en marco de referencia para la ordenación de la pluralidad de conciencias en una sociedad democrática.

Quizás porque sigue siendo interpretada como un mero recurso discursivo (especialmente por parte de los gestores públicos), la laicidad aparece como un imperativo a asumir por los colectivos religiosos minoritarios. Si se analizan los documentos oficiales o las declaraciones de algunos responsables políticos en esta materia (en mi exposición me centraré en el caso de Cataluña), se observa claramente que la laicidad se establece como una condición sine qua non, a aceptar previamente por parte de estos colectivos. Vuelvo a insistir en la necesidad de desarrollar la laicidad como principio de ordenación democrática, si no fuera por el conjunto de ambigüedades que supone aplicar una idea mucho más retórica que bien definida, y sabiendo que es más fácil apelar a ella en las relaciones institucionales con los grupos minoritarios que no con los representantes de la tradición religiosa mayoritaria. Creo que detrás del uso de este principio, se incorpora implícitamente una idea de "desactivación" de lo religioso minoritario dentro de un espacio público (en su sentido más amplio, desde la geografia de nuestras ciudades, hasta las relaciones institucionales), que sigue estando condicionado por las referencias religiosas de la tradición católica. Probablemente, nos encontremos ante la expresión de un recelo profundo (cultural e históricamente imbuido en nuestra conciencia social), ante nuestras alteridades religiosas.

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