sábado, 19 de junio de 2010

El mal musulmán y el buen islam



(Texto publicado en El Periódico de Catalunya el 15 de junio del 2010)


El atolondrado debate sobre el niqab que vive la sociedad catalana es resultado de una acumulación de polémicas previas, que aún permanecen frescas en nuestra memoria. El caso del supuesto tribunal islámico de Valls, las coacciones a la mediadora de Cunit o el velo de la adolescente de Pozuelo de Alarcón (un caso que, a pesar de que no se produjo en Catalunya, sirvió para hacernos creer que aquí teníamos superado este tema) han ido sedimentando nuestros prejuicios en una especie de cono de eyección volcánico, que ha entrado en erupción a través del debate sobre el velo integral.

El niqab es un mal asunto en el telar de la convivencia ciudadana. No solo por su radical diferenciación de género, sino por la ostentación de la doble ruptura de que hace gala: respecto a la misma comunidad musulmana (el niqab como antídoto a la perversión estética que supone el hijab) y respecto a nuestra sociedad (el niqab como respuesta a la perversión moral de esta sociedad). Su inquietante mensaje requiere ser contestado, puesto que se trata de la manifestación de un pensamiento totalitario y fundamentalista. Y estamos muy equivocados si pensamos que será suficiente con prohibirlo en los espacios públicos.

Independientemente de cómo finalice este debate, lo cierto es que ya ha servido para trazar los límites de lo que supone ser buen o mal musulmán, y de la frontera que distingue el buen islam del mal islam. La compatibilidad con los valores propios a esta sociedad dibuja este límite.

A pesar de la arbitrariedad de este supuesto, algunas fuerzas políticas no han dudado en armar su discurso político con sentencias que marcan los límites de lo permisible y de lo reprobable, dentro de la aceptación del islam en Catalunya. Y estos límites ya tienen nombre y apellidos: velo integral y salafismo. Este frívolo uso partidista nos hace perder de vista los procesos de radicalización que, desde ya hace un tiempo, se encuentran en marcha en el seno de estos colectivos.

El salafismo es indicado por los servicios de información como la principal corriente fundamentalista que impulsa interpretaciones que legitiman, entre otras prácticas, el uso del niqab. Algunos comentaristas se aprestan a demonizar esta doctrina como un nuevo «eje del mal» cercano del que hay que protegerse, pero sin comprender las razones de su avance. Aquellos que nos hemos dedicado a estudiar su implantación en el islam catalán desde una perspectiva sociológica, proponemos otro tipo de interpretaciones, partiendo del análisis de su gramática doctrinal y de los condicionantes del panorama islámico en Catalunya. Si el salafismo está bien implantado, no solo se debe a que su mensaje es simple (preservar la pureza del islam original), sino también a la combinación de un triple vacío organizativo, referencial y de autoridad en el islam catalán. El fracaso del modelo de representación apuntalado desde la Generalitat de Catalunya ha dejado al islam huérfano de estructuras y orientaciones, y como si se tratara de un campo de labranza, las trazas que se han practicado sobre la tierra han sido meramente superficiales.

El salafismo acusa a estas interlocuciones que haber dejado las semillas de una conciencia comunitaria musulmana a la intemperie de las influencias de la sociedad catalana. Su propuesta alternativa es simple a la par que efectiva: arados sencillos pero bien afilados en nombre de la tradición, que dejan profundos surcos sobre el terreno, en donde esas semillas pueden hundirse protegiéndose, tanto de las influencias externas, como de las propuestas de introducción de otras semillas transgénicas (las lecturas progresistas del islam), manipuladas con el objetivo de modificar el cultivo «original».

Somos espectadores de una pugna doctrinal interna que busca decantar a las comunidades musulmanas catalanas respecto a unas y otras interpretaciones. La definición de un modelo de gestión del islam de Catalunya (hoy en día, inexistente) ha de tener presente este contexto en ebullición. De nada sirve arrimarse a determinados sectores de un «islam tranquilo» (como se decía en Francia en los años ochenta), si luego se es incapaz de responder a la propagación de determinadas lecturas fundamentalistas. Estamos en un momento clave, puesto que corremos el riesgo de echar por la borda todos los esfuerzos de comprensión mutua que se han tejido en los últimos años, por un puñado de votos y por un puñado de niqabs.

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